Tras la caída de la dinastía Comneno, el reinado de Alejo III Ángel, lejos de restablecer el orden y la prosperidad perdidos, vino a aumentar el caos político e institucional del Imperio. Dominado por una influyente corte[1], Alejo pronto se reveló como un general inepto y un líder incapaz frente a la sociedad de su tiempo, negligencia que al cabo le valdría la ruina al estado bizantino durante la catástrofe de 1204.
Antes de ser emperador:
Alejo era el segundo hijo de Andrónico Ángel, descendiente por línea materna del emperador Alejo I Comneno, y por lo tanto, uno de los numerosos miembros de la familia imperial bizantina. Junto con sus hermanos, se había revelado contra la tiranía del emperador Andrónico I Comneno (1183-1185), huyendo hacia las cortes musulmanas en busca de refugio. Entretanto, su hermano, Isaac, había sido perdonado por el basileo tras rendir una revuelta en Nicea, permitiéndosele como compensación vivir apaciblemente en Constantinopla.
Allí dirigiría una exitosa rebelión contra el régimen de terror implantado por Andrónico, quien acabaría siendo asesinado de manera brutal. La entronización posterior de Isaac como Isaac II dejaría a nuestro Alejo más ligado que nunca al trono de los césares. A tal punto que cuando en 1190 Alejo retornó a la corte tras estar algún tiempo prisionero en Antioquía, Isaac lo colmó de honores, dándole el titulo de Sebastocrátor y otorgándole numerosos privilegios.
Usurpación del trono e inicio del reinado:
A pesar de todos los títulos y privilegios con que le honró su hermano, Alejo participó en una conspiración dirigida por los generales Juan Petralifas, Miguel Cantacuzeno y Teodoro Branas, mientras Isaac estaba de cacería en Tracia. El 8 de abril de 1195, contando con el beneplácito del ejército, Alejo fue proclamado emperador, lo que determinó la caída en desgracia de Isaac que, apresado en Stagira, Macedonia (cerca de Constantinopla), fue cegado y encerrado en la torre de Anemas, en la capital imperial. En la conjura tomó parte la esposa de Alejo, Eufrosina, quien adelante gobernaría junto con su marido, asistida por su influyente ministro Vatatses.
Así pues, Alejo usurpó la corona del imperio, mientras sus familiares directos, Isaac II y su hijo Alejo (futuro Alejo IV), la pasaban penando en prisión, de la que éste último se evadiría con ayuda pisana. Muy pronto Eufrosina y Vatatses conformarían un temible dúo que llegaría a representar el verdadero poder tras la endeble figura del emperador. Su encumbramiento, sin embargo, no duraría mucho tiempo. Acusada de adulterio por su hermano, Basilio Ducas Camatero, y por su yerno, Andrónico Contostéfano, Eufrosina fue encerrada en el convento de Nematareia (1195), mientras su amante Vatatses era condenado a muerte. No obstante, dos años más tarde, la desdichada emperatriz sería perdonada por Alejo y restituida en la corte.
Durante el inestable reinado de Alejo III, los búlgaros iniciaron una vigorosa contraofensiva en Tracia, ayudados como de costumbre por sus aliados cumanos. Dirigidos por el hermano menor de Pedro Asen, Kaloyan, atacaron con éxito algunas importantes ciudades y fortalezas bizantinas en Tracia y Macedonia. Sus victorias no dejaron otra opción a Alejo que reconocer la independencia de Bulgaria y la autoridad de Kaloyan al sur del Danubio.
El emperador también afrontó graves disturbios en Asia Menor, dónde el gobernador del Thema de Mylasa, Miguel Ducas, se rebeló contra el poder adueñándose de gran parte de Anatolia y aliándose con los Selyúcidas de Iconio. En su desesperación, el basileo no tuvo mejor idea que apropiarse del apellido Comneno para, según el cronista Nicetas Choniates, cosechar el prestigio que imbuía dicho apellido en tanto que sinónimo de autoridad y poder. De poco le sirvió tal maniobra; pronto el estado bizantino llegaría a tal extremo de corrupción y anarquía, que terminaría favoreciendo el estallido de revueltas en Grecia, invasiones búlgaras en Tracia y Macedonia y ataques turcos en las principales ciudadelas asiáticas bizantinas. El mejor ejemplo de semejante debacle lo dio Miguel Stryfnos, megaduque y comandante en jefe de la flota imperial, que vendió muchas posesiones estaduales y armamentos de las embarcaciones en su propio beneficio.
Entretanto, el Egeo y las islas jónicas se convertían en el objetivo predilecto de los piratas y aventureros de origen italiano, como Steiriones el Calabrés, y Kafures el genovés. Contra ellos el emperador envió a 30 galeras que Kafures derrotó fácilmente en 1196.
En el año 1201, el emperador pidió al Papa Inocencio III la devolución de Chipre, que se encontraba gobernada por Aimerico de Lusignan. A fin de reforzar su pretensión y darle mayor fuste, Alejo prometió al pontífice romano apoyo económico a los estados latinos de Oriente, aunque también le hizo saber que si sus aspiraciones no eran tenidas en cuenta, haría valer sus derechos mediante la guerra. Inocencio, que sin duda no deseaba perder a un aliado tan poderoso como el emperador para la cruzada que estaba proyectando, alegó que cuando los cruzados ingleses tomaron Chipre, la isla ya no pertenecía al Imperio de los Romanos, y que, por tanto, era imposible que los cruzados chipriotas se la devolvieran pues la habían adquirido legalmente de manos de los ingleses. Las negociaciones entre el Basileo y el Papa fueron un fracaso total, y el imperio jamás llegó a recuperar Chipre de manos latinas.
También el emperador tuvo que negociar con el enérgico y ambicioso sucesor de Federico Barbarroja, Enrique VI de Hohenstaufen, quien le había amenazado con levantar una cruzada contra Bizancio. La excusa del emperador germánico eran los territorios recapturados por los bizantinos a los normandos en Dirraquio (Durazzo) y Tesalónica[2] , por cuya pérdida exigía ser resarcido mediante un elevado tributo. Además, el hecho de que el hermano de Enrique, Felipe de Suabia, estuviera casado con la hermana del depuesto basileo Isaac II, empeoraba sobremanera la relación entre ambos soberanos, sin mencionar la delicada situación que se vivía en Ultramar, adonde Cilicia y Chipre habían antepuesto los diplomas del Sacro Imperio a los de Constantinopla. Para evitar la confrontación con su par germánico, Alejo cedió a la presión y decidió pagar el tributo conocido en Bizancio como “Alamánico”. Para reunirlo debería recurrir a la rapiña sistemática de algunas tumbas imperiales. De esa forma, humillante, el Basileo logró una frágil paz con su par germánico.
La llegada de los cruzados a Constantinopla y la huida de Alejo III:
En Junio de año 1203, los cruzados latinos, comandados por el marqués Bonifacio de Montferrato, el Dogo veneciano Enrico Dándolo y el príncipe Alejo Ángel (hijo de Isaac II), llegaron a Constantinopla. Los cruzados habían partido desde Venecia y, pasando por Corfú, Dirraquio y la isla de Andros, habían finalmente alcanzado la costa de Tracia, en Crisópolis (Scutari) y luego el Bósforo, en Calcedonia. El emperador había seguido los movimientos de la Cruzada valiéndose de un contingente de 500 caballeros comandado por el megaduque Stryfnos. Finalmente, el emperador envió una embajada presidida por Nicolás Roux, un lombardo a su servicio que había vivido mucho tiempo en Constantinopla, quien ofreció a los cruzados la paz y el tradicional envió de suministros para su cruzada. Más Bonifacio de Montferrato alegó que venían a defender los derechos del emperador Isaac II frente a Alejo, y que el príncipe Alejo Ángel, hijo de Isaac, era el legítimo heredero a la corona bizantina.
Entonces, el 7 de julio de 1203 los cruzados pusieron sitio a Constantinopla, la capital del Imperio Romano de Oriente, a la que los latinos llamaban “la capital del Imperio Griego”. Después de confesarse, los sitiadores capturaron la torre de Gálata, mientras un gran navío veneciano, dotado de una enorme tijera de hierro, cortaba en dos la gran cadena que cerraba el acceso al Cuerno de Oro. El 17 de Julio, el combate se había generalizado, con el mismísimo dogo veneciano, Enrico Dándolo animando a sus hombres a que atacaran la capital de los “griegos”.
Alejo III salió al encuentro de los occidentales animado a combatir, pero al ver el arrojo de los cruzados, se retiró a su palacio. Cuando los cruzados empezaron a atacar el sector de Blaquernas, donde se encontraba el Palacio del emperador, entró en acción la famosa y valiente Guardia Varega, descrita por Godofredo de Villehardouin como los “Ingleses y Daneses al servicio del emperador de Constantinopla”. Esta unidad de elite imperial bizantina salvó el sector de las Blaquernas y expulsó a los cruzados valerosamente. La magnificas murallas tanto terrestres como marítimas daban a los bizantinos gran ventaja frente a los cruzados.
Mas, para desgracia de Bizancio, Alejo III, temeroso de perder la vida en combate, huyó de la ciudad con 10.000 monedas de oro y joyas del tesoro imperial, acompañado además de una determinada cantidad de damas del Palacio (incluida su hija favorita Irene). En su huida destruyó algunos iconos para extraer de ellos el oro y la plata. Acto seguido se escabulló de la ciudad de Constantino rumbo a Develtos, en Tracia, dejando a su mujer e hijas en la ciudad, que no tardarían en ser capturadas y encerradas por los vencedores.
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Resistencia en Tracia y Macedonia después de la captura de Constantinopla:
El 12 de abril de 1204, los cruzados latinos conquistaron la “segunda Roma”. El saqueo fue brutal y la ciudad ardió en llamas. En Mosynópolis, entretanto, Alejo III se reencontraba con su mujer e hija (su hija Ana, había huido con Teodoro Láscaris a Nicea), que habían sido a su vez liberadas por Alejo Murzuflo. En Tracia el depuesto basileo trató de establecer una fútil resistencia atrincherándose en Adrianópolis, y más tarde, en Tesalónica, la segunda capital del imperio. Finalmente, Alejo fue capturado por Bonifacio de Montferrato, y despojado de las “Botas de Púrpura” (distintivo característico de los Basileos), que en adelante pasaron a ser propiedad del recientemente electo emperador latino, Balduino de Flandes. Viviría cierto tiempo en prisión junto con su mujer, Eufrosina, para finalmente ser liberados gracias a la intersección del déspota de Epiro, Miguel Ducas, rescate mediante.
Alianza con el sultán de Iconio, derrota y final de Alejo III:
Habiendo recuperado la libertad, Alejo decidió pedir asilo al sultán de Iconio, con el objetivo de organizar y encabezar nuevamente la resistencia, que por entonces estaba siendo liderada desde Nicea por su yerno, Teodoro Láscaris. En esta ocasión Eufrosina decidió quedarse en Arta, la capital de Epiro, como refugiada y huésped de Miguel Ducas. Allí moriría entre los años 1210 y 1211.
El sultán de Iconio, Kaikosru I (1192-1196 y 1204-1210), por su parte, trató de usar a Alejo como excusa para acabar con el creciente poderío del estado bizantino de Nicea, conducido a la sazón por el enérgico Teodoro Láscaris. En esta alianza estaba también involucrado Enrique de Flandes, sucesor de Balduino de Flandes en el trono de Constantinopla. Pero haciendo gala de un valor extraordinario, Teodoro Láscaris derrotó al sultán y a su suegro en la Batalla de Antioquía de Pisidia, donde el mismo Teodoro dio muerte al sultán y capturo a Alejo, el cual terminó sus días en un monasterio de Nicea.
Consideraciones finales:
"Fuese el que fuera el papel que se presentaba al emperador, éste lo terminaba firmando, aunque se tratase de un conjunto de palabras desprovistas de sentido, incluso si el solicitante pedía que se navegase en tierra firme, o que se arase el mar, o que se substituyeran las montañas por mares, o hasta, como se dice en la fábula, que se pusiera el Athos sobre el Olimpo”. De esta manera, despectiva, cruel e irónica, Nicetas Choniates define la personalidad de Alejo III Ángel. Uno de los más incapaces soberanos del Imperio, Alejo hizo con sus desatinos y malas decisiones que el imperio padeciera aquel espantoso escarnio de la 4ta cruzada. Cuando el estado de los césares más necesitaba de un líder carismático y con sentido de la realidad, la triste figura de Alejo solo le aportó caos y confusión. Los años venideros sin duda estarían marcados a sangre y fuego por los calamitosos eventos desatados bajo su reinado.
Galo Garcés (09-09-2007)
[1] En dicha corte las figuras más eminentes eran la inescrupulosa mujer del basileo, Eufrosina Ducas Camaterina y el ineficaz megaduque Miguel Stryfnos.
[2] Dichos territorios habían sido ocupados por los normandos durante el inestable gobierno de Andrónico I Comneno (1183-1185). La exigencia del potentado alemán se basaba en el lazo marital establecido por su padre con una princesa de los Altavilla, Constanza, última heredera de los reyes de Palermo.
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